Literatura: «Un verano de agosto encontré un patio en una casita de Córdoba»

En el barro pegoteado de las vías de atrás de casa cabían los pitbulls, las casillas casi arrasadas por el tren de carga. Insistían en vivir en las casillas. Algunas de ellas desistían cada algunos años. Otras se borraban de la nada misma del paisaje, como recuerdo de objetos inventados que nunca estuvieron donde yo pensaba. Veranos aladinos, ladinos, alfombras aladinas, ¡calor inmenso!.

Extraño la imagen de la pobreza circundando mi casa materna. Regreso de vez en cuando allá a visitar a mi madre y me paseo como una negrita haciendo los mandados. Me siento igual a todos y segura en la negrura que se trepa por mis piernas descubiertas y que nace del asfalto crudo y cruento. Voy de la Pochi a comprar salame, queso quartirolo, invisibles rubias para mi pelo, Ayudín para ropa blanca y un chip de celular para mi viejo. La Pochi es grotesca como un colectivo. Se dedica al polirubro. Tiene olor a frito, a pringue, el pelo como un decorado de cuero marrón.

De pronto me encuentro en el patio de una casita cualquiera en la ciudad de Córdoba Capital. Tomo mates en su cocina. Es agosto pero hace veintiocho grados y entra el sol como el dios de la paz interna (soy feliz de repente). Convivo con extraños en la casa. No es mía la casa, es de cualquiera, y estoy sin recursos y feliz, y deseo quedarme. ¡Cómo extrañaba un patio!, con sábanas blancas de verano aún en invierno, con la habitación que alquilo también en el patio, que queda al final de la casa. Sorprendida extraño el calor inmenso, sobre una tapia, sobre el silencio, con televisores encendidos y sin ventiladores de techo que hagan ruido a siesta. Sigo coleccionando perros vagabundos en mis viajes semanales de la compañía de teatro.

Pasamos todos el mismo frío, mugre y cansancio (los perros y yo). Esta casita no tiene perros pero queda en calle Paraná al 200. Tiene el frente por completo enrejado y así y todo me hace sentir libre, estando adentro. Y a la noche me hace dar ganas de tomar cerveza ¡y de ser el propio verano!, con este calor de mierda que hace. Todo parece de alcanfor. El barrio es medio fulero como el de mi infancia, y está lleno de árabes, judíos, sirios y otras nacionalidades de ese tipo. Acá pareciera que se puede vivir en ojotas y sin tiempo, y sencillo. “Un verano de agosto encontré un patio” es el título. A la noche me puse a llorar porque me vi sola, más sola que nunca en toda la vida como una perra inmunda, y hacía frío de nuevo.

Así y todo ando deambulando con ataques de espasmos, ahogos repentinos, micosis vaginal aguda, intestinal también, conmoción dorsal, parálisis de coxis, explosiones en los ojos, y mi voz otra vez sin sonidos, pero bien, digamos. Por momentos tengo miedo. Sólo espero que si me matan mi voz no se ponga muda esta noche. Cuando mi llanto creció, mermó la vaginitis aguda, mi concha paró de hacer catarsis por unas horas, la hija de remil putas. Estoy segurísima de que cuando encuentre al amor de mi vida, la hija de puta va a dejar de vociferar y de clamar piedad para siempre.

Autora: Ayelén Peralta

Fotografía: Oscar Mori Cococcioni Luciani

*Este relato como tantos otros, es a la vez, parte de la dramaturgia de un espectáculo teatral llamado Poesía desbocada. A través del personaje de Amalia Pungaretti, la autora (Ayelén Peralta) dota de un segundo sentido a sus escritos experimentados por el lector, transformando a este en espectador de una interpretación y un estilo que proponen interpelar y traspasar los modelos clásicos de la poesía.